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El guardián del bosque dormido

  • Foto del escritor: Carlos L. Ríos
    Carlos L. Ríos
  • 2 abr
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 3 abr

Se detuvo el tiempo, no por el frío, ni tan siquiera por el espesor blanco que amortigua su mundo, sino por el embrujo de un bosque al que llaman "El Bosque Dormido". Aquel donde los días se repiten como ecos y el presente no avanza enroscado en sí mismo en un lento y profundo sueño.


Sí, los árboles hablan, aunque con ausencia de palabras. Murmuran en crujidos lentos, suspiros de ramas al quebrarse, y a través de sus pieles cubiertas de musgo que recuerdan más de lo que olvidan. No alzan sus copas al cielo buscando la luz, sino hacia adentro, como si cargaran con un peso que no es suyo.


Figura solitaria de un animal oscuro en un bosque nevado y envuelto en niebla espesa. Los árboles altos y cubiertos de escarcha rodean la escena en un silencio invernal y suspendido en el tiempo.
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Nadie entra realmente. Y, sin embargo, todos lo hemos pisado alguna vez —aunque no lo sepamos—. Porque hay un lugar, justo en el centro del bosque, donde la figura oscura espera. Inmóvil. No respira como nosotros. No pregunta. Tan solo permanece.


A esa silueta no se le da nombre. Y no por falta de intentos, sino porque todo intento se disuelve antes de nacer. No es animal ni sombra. No es muerte, aunque se le parezca. No guarda, pero tampoco olvida. Su presencia es densa. Innegable. Callada.


Cada jornada sin amanecer, allí está. No mira el horizonte por esperar algo, sino por recordar lo que ya pasó. Lo que siempre pasa. Lo que posiblemente pasará. Sin buscar contacto, pero sin esconderse tampoco. Simplemente está. Y en su estar, traza y define el contorno invisible de todo lo demás.


Los antiguos, aquellos que ya casi ni hablan, a veces susurran al calor de las brasas: “Hay un guardián en el claro… pero no cuida el bosque. Cuida lo que el bosque deja sin nombrar.”


Porque esa figura, esa sombra que parece esperar entre niebla y nieve, no es otra cosa que la soledad. No la soledad sencilla, la del cuarto vacío o el banco sin compañía. No. Es la otra. La que acompaña cuando todo está lleno. La que no grita, pero siempre responde. La que se sienta a nuestro lado cuando nos perdemos sin saber por qué.


Y si la reconoces… es porque ya la has visto. En ese mismo bosque. En ese mismo claro. Justo cuando creías estar solo, pero lo que estabas, en realidad, era contigo.


 

Fotografía original en la que está basado el microrelato Cabeza de Manzaneda - Ourense

Fotografía: elcreadordenubes

Bosque nevado con árboles altos cubiertos de escarcha. En el centro, una figura solitaria de un perro oscuro de espaldas al observador.

Carlos L. Ríos

elecreadordenubes




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